miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿QUÉ TAN BAJO PUEDE CAER UN CRISTIANO?

Uno de los hechos noticiosos más sensacionales que recorrió el planeta a finales de la década de los 80  fue lo que se conoció como la caída de los telepredicadores, léase Jim Bakker (Club PTL) y Jimmy Swaggart, por nombrar únicamente los dos más célebres predicadores que después de haber sido usados poderosamente por Dios a través de la televisión, cayeron en picada ante la opinión pública norteamericana al conocerse las inmoralidades en que habían incurrido:
adulterios, engaño, depravación sexual, extorsión, fraude financiero.
El mundo protestante estadounidense y el mundo evangélico en general contemplaban estupefactos el desmoronamiento de dos grandes ministerios internacionales y por supuesto las críticas y burlas a través de los medios no se hicieron esperar. Jim Bakker terminó en presidio por defraudar al fisco y terminó divorciándose. Ambos hombres de Dios han dado testimonio público de su arrepentimiento, aunque distan mucho de volver a ser las personalidades mediáticas que antes fueron.
Quiero referirme a otro caso bastante estrepitoso como los nombrados aunque sin la misma difusión mediática. Este incluye hasta un acto de homicidio. Si, me estoy refiriendo al rey David, uno de los personajes más sobresalientes de las escrituras y también uno de los más amados, tanto por judíos como por cristianos. El oscuro episodio de su vida en que se allegó a la esposa de uno de sus altos oficiales y hombres de confianza es harto conocido. De su adulterio surgió un embarazo no previsto y finalmente planificó la muerte del militar quedándose el rey David con su mujer. Aparentemente todo se había arreglado.
¡Qué diferente es este David de aquel otro de quien dulcemente han cantado nuestros niños durante años  en la escuela dominical: "David, David, David cantaba, contando corderitos de la manada..."! ¡Qué diferente es este David de aquél que un día mató a Goliat por atreverse a desafiar a los ejércitos del Dios de Israel! 
Pero sólo Dios conoce el infierno que vive un corazón herido por el pecado. Sólo Dios conoce la angustia de un hombre de Dios cuando se descubre a sí mismo y sabe muy a lo interior de su ser, que pecó vilmente y ha ofendido a su Padre celestial, cuya opinión es la que finalmente cuenta. La persona que no conoce a Dios no puede comprender lo que estoy diciendo. El inconverso peca y no siente remordimiento. Sólo un hombre o una mujer de Dios pueden discernir cuando su cuerpo, que es templo del Espíritu Santo, está sucio. ¡Nadie sabe el infierno que vive un creyente con un pecado oculto sino el propio creyente! David lo expresó así: "Mientras no te confesé mi pecado, las fuerzas se me fueron acabando de tanto llorar. Me castigabas día y noche, y fui perdiendo fuerzas, como una flor que se marchita bajo el calor del sol" (Salmos 32:3-4 TLA).
Lamentablemente somos muy dados a juzgar. Muchos creyentes, y congregaciones enteras actúan infantil e irresponsablemente frente a la realidad del pecado. Olvidamos la exhortación del Espíritu Santo: "Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga" (1 corintios 10:12 LBLA). Sé de una pareja de líderes cristianos que fueron objeto de sarcasmo por una hermana de la iglesia cuando supo que un hijo de la pareja, creyente también, había caído en adulterio. Supe del runruneo de ciertos creyentes que hablaban con sorna de un pastor cuyo hijo al parecer manifiesta inclinaciones homosexuales. He sabido de comentarios irónicos entre hermanos evangélicos hacía lideres de su congregación que han incurrido en pecados graves y en lugar de sentir compasión, parecieran alegrarse del árbol caído. Da tristeza pensar que quienes así actúan de manera hiriente y hasta malévola son nuestros hermanos, quienes no han alcanzado madurez espiritual y no podemos condenarlos sin incurrir en el mismo pecado de ellos.
Por otra parte, considero que la razón para algunos hermanos optar por vivir una vida miserable bajo la maldición del pecado oculto en lugar de sanarse y hacerse libres mediante la confesión, tal vez se deba a la actitud de jueces y verdugos que asumen ciertos líderes al presumir de su "celo" por la santidad de la iglesia. Recuerdo un pastor que contaba con cierta "satisfacción santa" cómo uno de sus líderes había preferido huir antes que darle la cara al saber que su asedio hacía una hermana de la congregación había sido descubierto.
Lo anterior no debe ser excusa o justificación. La Biblia es clara: "el que encubre sus pecados, no prosperará, mas el que los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia" (Proverbios 28:13). Dios en su misericordia envió al profeta Natán quien confrontó al rey David con su pecado (léase 2 Samuel 12). Se cuenta que antes del escándalo de los años 80 Dios envió un hermano con el don de profecía a confrontar a uno de los famosos telepredicadores, pero éste se negó a aceptar el mensaje. Tal vez una actitud humilde hubiese evitado mucho centimetraje de la prensa amarillista y el trago podría haber sido menos amargo. El rey David en cambio se humilló y confesó su pecado y testimonio de ello lo tenemos por lo menos en dos salmos autobiográficos: el 32 y el 51.
Su vida tuvo un antes y un después a raíz de su pecado con Betsabé. Antes: fue ungido para ser rey (1 Samuel 16). Toca para Saúl (cap. 16). Su impresionante victoria sobre Goliat (1 Samuel 17.49). Vence a  los filisteos 18.27; 19.8. Perseguido por el rey Saúl y es librado. Castiga a los amalecitas 1 Samuel 30 y 2 Samuel 1. Llega a ser rey en Judá  2 Samuel 2.4). Llega a ser rey de todo Israel 2 Samuel 5.3; 1 Crónicas 11. Sus victorias sobre los enemigos de Israel. Traslada el arca a Sión 2 Samuel 6. Después: Muerte del bebe nacido de la relación ilícita 2 Samuel 12.15. Un hijo de David (Amnón) viola a sun propia hermana 2 Samuel 13. Absalón mata a su hermano. Absalón dirige una revuelta desconociendo la autoridad de su rey y padre.
Con todo ello, David se regocija en que su pecado fue perdonado: <Me dije: "voy a confesar mis transgresiones al Señor", y tú perdonaste mi maldad y mi pecado>.
En palabras del antiguo himno:
          ¿Quién me puede dar perdón?
          Sólo de Jesús la sangre,
          Y un nuevo corazón,
          Sólo de Jesús la sangre.
          Precioso es el raudal
          Que limpia todo mal,
          No hay otro manantial
          Sólo de Jesús la sangre

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