En sábado pensando en los más pequeños
Que un hijo se pregunte cuánto vale papá puede resultar ocioso pero no para el muchacho de nuestra historia. En realidad él estaba resuelto, hacía mucho tiempo que lo venía planificando y no podía estar equivocado. Que el resto de su familia se conformaran con vivir sus tradiciones y mantener las cosas así como han sido siempre, era problema de ellos.
Él en cambio estudiaba otras posibilidades. Habían otras opciones, tenía ante sí mil y una oportunidades y maneras distintas para tener éxito. Para eso se había documentado bastante. Le llegaba información de otras latitudes. Y lo más importante, sus amigos lo apoyaban.
Pero él tampoco era un improvisado, de hecho se preciaba de muy inteligente, así que hizo sus cuentas. Con papá lo tenía todo: amor, atención, educación, casa, ropa, comida, en fín, todo cuanto un joven de su edad quisiera disfrutar en la vida. Su familia tenía el reconocimiento de toda la comunidad. Por ser hijo de quien era, tenía la consideración de todos. El suyo era un apellido muy respetado.
Sí, con su papá lo tenía todo y era sin duda un hombre muy bueno. Pero él tenía la determinación de irse a vivir en el extranjero, así que un día, el hijo más joven le dijo a su padre: “Papá, dame la parte de tu propiedad que me toca como herencia.”.
No alcanzo a imaginarme los sentimientos que embargarían al padre cuando escuchó la propuesta de su hijo menor. En la práctica, esto fue lo que le dijo: "dame de una vez lo que me toca de la herencia, pues no quiero esperar a que te mueras."
Cuenta el relato que el padre repartió la herencia entre sus dos hijos y no muchos días después, el más joven hizo los arreglos necesarios, seguramente vendió lo que su padre le había dado y tomando su dinero, hizo sus maletas y se fue a vivir al extranjero. Tristemente las cosas no le salieron como esperaba. Entre una rumba y otra fue derrochando su fortuna y en menos tiempo de lo que esperaba se quedó sin dinero, sin amigos y sin empleo. El joven que lo tenía todo de repente se quedó sin nada.
Entonces conoció lo que es pasar frío y hambre hasta que un día rogó a alguien para que lo empleara y fue así como empezó a trabajar cuidando cerdos. ¡Imagínense lo que significaría para este joven de nacionalidad judía pasar los días en un criadero de cerdos! Mal pagado y hambriento, por momentos al joven rico devenido a menos le provocaba comer de la misma comida que comían los cerdos y fue entonces cuando hizo sus cuentas otra vez. Por fin comprendió lo
tonto que había sido, y pensó: “En la finca de mi padre los trabajadores
tienen toda la comida que desean, y yo aquí me estoy muriendo de
hambre. Volveré a mi casa, y apenas llegue, le diré a mi padre que me he portado muy mal con Dios y con él. Le diré que no merezco ser su hijo, pero que me dé empleo, y que me trate como a cualquiera de sus trabajadores.” Entonces regresó a la casa de su padre.
Cuenta la historia que apenas el padre vio de lejos venir a su hijo, corrió hacía él y lo abrazó y lo besó una y otra vez. Una alegría inmensa embargaba al padre, hasta dispuso celebrar con una fiesta, pues su hijo menor había regresado a casa. La familia estaba completa otra vez.
Lo mismo ocurre cuando una persona reconociéndose pecadora se vuelve a Dios para pedirle perdón en el nombre de Jesucristo, quien dio su vida por todos nosotros. Dice la Biblia que hay fiesta en los cielos cuando un pecador se arrepiente, es decir, vuelve de regreso a Dios, su padre celestial. No importa cuántos pecados hayamos cometido, Él nos perdona y nos recibe con los brazos abiertos.
El relato completo, conocido como "la parábola del hijo pródigo", se encuentra en el Evangelio de Lucas, capítulo 15:11-32 y la versión que he utilizado es Traducción en Lenguaje Actual (TLA).

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