TRAZA BIEN LA PALABRA

     Corría el año 66 o 67 d.C. El mundo estaba bajo el yugo del imperio romano. Nerón -sanguinario emperador- acusó falsamente a los cristianos de haber prendido fuego a la ciudad de Roma y dictó un decreto dando inicio a una brutal persecución. Muchos cristianos fueron quemados vivos y convertidos en teas humanas que iluminaban durante la noche los jardines del palacio imperial. Otros fueron crucificados o lanzados a las fieras para que los devorasen.
     El apóstol Pablo, quien finalmente había logrado salir libre después del proceso iniciado en su contra con su arresto en Jerusalén del cual apeló ante el César (Hechos 21:26-33, 25:1-12), ahora se encuentra preso por segunda vez pero en esta ocasión es un prisionero del emperador y las circunstancias son muy distintas a las narradas por el doctor Lucas en el último capítulo del libro de los Hechos.
     Durante su primera prisión en Roma el apóstol mantuvo su optimismo y se expresaba con la seguridad de que pronto estaría en libertad (Filipenses 2:24; Filemón 22). Pero ahora en su segunda epístola a su "amado hijo" Timoteo escribe como alguien que espera en el corredor de la muerte: "el tiempo de mi partida ha llegado" (2 Timoteo 4:6 RVA).
     ¿A quiénes o a qué cosa dedicaría un condenado a muerte los últimos momentos de su existencia? ¿Cuáles serán sus últimas reflexiones? ¿Qué sentimientos albergará en su fuero interno? ¿Qué pensamientos pasarán por su cabeza, sobre todo si tiene la certeza de que la suya es una condena inmerecida, como fue el caso del apóstol a los gentiles?
      En su carta al más fiel de sus seguidores el insigne misionero que prontamente sería decapitado le hace saber, posiblemente con un rictus de amargura o de tristeza, acerca del abandono que ha experimentado de parte de algunos discípulos y pareciera darse ánimo solicitando a Timoteo que vaya pronto a verle y le lleve ropa adecuada para el invierno que está por empezar aunque sabe que es corto el tiempo que le resta en prisión antes de morir.
     Sin embargo, lo que realmente ocupa a Pablo de Tarso de cara a su inminente partida es el encargo al joven obispo Timoteo para que prepare a hombres fieles formándolos como maestros idóneos que a su vez enseñen a otros las Sagradas Escrituras (2 Timoteo 2:2).
     Tal encargo tiene la urgencia de alguien que literalmente está en el corredor de la muerte. No es un juego. En el capítulo cuatro el apóstol urge a Timoteo con la certeza del juicio final a predicar la Palabra en todo tiempo, convencer, reprender y exhortar con toda paciencia y doctrina; como antítesis de la apostasía en ciernes. 
     Es verdaderamente dramático el llamado que hace el apóstol en el momento de pasar el testigo en semejante contexto de decadencia religiosa: "Pero tú, sé sobrio... soporta... haz... cumple... porque yo ya... he peleado... he acabado... he guardado la fe" (2 Timoteo 4:5-7).
     En nuestro tiempo, en nuestro ámbito, en nuestra época... ¿quién tomará el testigo? Para cumplir tal encargo de manera eficiente, el apóstol nos exhorta: "Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que traza bien la palabra de verdad."  (2 Timoteo 2:15 RVA, énfasis añadido).
     Cuatro verdades que conviene destacar del texto citado: i. La obra de Dios requiere del obrero cristiano su mayor esfuerzo. ii. Siendo Dios quien envía obreros a su mies, es Él quien aprueba o no la labor realizada. iii. Sería muy triste presentarnos ante el Padre sin tener cómo rendirle cuentas por no haber hecho lo que debíamos hacer. Nuestra peor vergüenza sería que el Padre se avergüence de nosotros. iv. Si usamos correctamente la Palabra de Dios no se perderá nuestro esfuerzo, Dios aprobará nuestro trabajo y podremos verlo a Él a cara descubierta.
     Trazar bien en el texto original aparece en Proverbios 3:6 y 11:5 y según R. Hanna se refiere a nivelar o enderezar un camino: que corta rectamente el sendero de la verdad. Conviene recordar aquí la advertencia que hace el apóstol Pedro en cuanto a los indoctos del primer siglo que torcían las verdades enseñadas en las Escrituras (2 Pedro 3:16). Veinte siglos después la Verdad revelada por Dios en las Sagradas Escrituras sigue teniendo enemigos que torciendo su verdadero significado extravían a la gente de El Camino.
     Tuercen las Escrituras quienes trazan mal la verdad de Dios revelada en la Biblia, al interpretar un texto fuera de su contexto, atribuir un significado a determinado pasaje según la imaginación o alegando alguna experiencia espiritual sin tomar en cuentas reglas básicas de interpretación, desconocer los pasajes paralelos, ignorar quién dice qué en determinado pasaje, establecer puntos doctrinales sobre textos aislados no tomando en cuenta la armonía de las Escrituras, atribuir en la actualidad un significado distinto al que tuvo el pasaje para sus lectores originales en la época cuando fue escrito, etc.
     Sin embargo, el error más grande en que podemos incurrir sería olvidar que "nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo" (2 Pedro 1:21). Por lo tanto, si queremos cortar (trazar) rectamente el sendero de la verdad, debemos reconocer en primer término nuestra insuficiencia para entender las cosas sagradas a no ser que Él nos ilumine. Pidamos a Dios: Envía tu luz y tu verdad, alza sobre nosotros la luz de tu rostro. Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros.

3 comentarios:

  1. hermanos necesito el libro trazando bien la palabra de verdad de CI Scofiel favor grande que Dios los ilumine. al correo

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  2. qué emocionante ¿¿pregunto ??que pasaría si no hubieran institutos biblicos???
    pero blasfeman haciendo a un lado al espíritu Santo

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  3. Los institutos bíblicos son los que han “torcido la Palabra de verdad” por ganancias deshonestas.
    Torciendo las Escrituras que Dios inspiró para la nación de Israel Bajo la ley y aplicándolas al “cuerpo de Cristo bajo la gracia”.

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