¿Cómo es que a los impíos todo les sale bien; están sanos, bien ubicados, no tienen de qué preocuparse; para ellos no existen crisis ni pandemia mientras que muchos hombres y mujeres de Dios se encuentran pasando trabajo, padeciendo enfermedad, cada mañana una nueva pena y son objeto del desprecio y de la burla de aquellos y víctimas de violencia? Frente a situación semejante el salmista Asaf, llenándose de envidia y amargura, fue tentado a abandonar su confianza en Dios.
Es de lo que trata Salmos 73 que inicia proclamando
¡cuán bueno es Dios! y narra la
experiencia del salmista quien afirma que “de cierto, es así” después de haber
superado aquel conflicto mental que
hizo más intenso su dolor y casi lo lleva a que sus pies resbalaran (versículo 2). De tanto ver triunfar la maldad, el desánimo y la incertidumbre se habían apoderado de
él.
Asaf veía que los impíos (pecadores, culpables, gente mala) son arrogantes (3),
orgullosos, violentos (6), altaneros y llenos de maldad (8). Sin embargo
prosperan (3), su vigor está entero, no sufren (4), no pasan trabajo ni
padecen como otros mortales (5), avaros, logran todo cuanto se proponen
(7), nadie los perturba y amontonan riquezas (12). En pocas palabras, les
va bien en todo. Para ellos el cielo no es ningún límite: “Con sus palabras
ofenden a Dios y a todo el mundo” (9 TLA). Con todo eso despiertan como en un reality show la admiración de la gente, incluso de muchos del pueblo del Señor
que “sorben ansiosos sus palabras” (Kraus, 10). Bien ha podido preguntarse el
salmista ¿dónde quedaron las promesas de “bendiciones copiosas” para los fieles
al pacto y la amenaza de castigos bastante severos, incluso la muerte, para
quienes se olvidaran de la alianza? (Levítico 26; Deuteronomio 28 al 30).
Seis veces aparece en este salmo el término corazón
como sinónimo de alma, el ser interior. Asaf era un levita de corazón puro que
“viendo la prosperidad de los malos” se fue llenando de envidia (3). Y no
tarda mucho el corazón en afectar la conducta. Entonces se convenció asimismo
de que “completamente en vano guardé puro mi corazón” (13). Se vio tentado a
“hablar como ellos” (15a) pero comprendió que eso sería traicionar al pueblo
del Señor y renegar de Dios al negar su sentido de justicia y acción salvífica en favor de “la
generación de tus hijos” (15b).
Asaf procuraría entender la situación mediante su intelecto pero aquello “era un
tormento a sus ojos” (Kraus, 16) y su corazón se llena de amargura que le
impide pensar con claridad (21). Más adelante confesará: “tan torpe era yo,
que no entendía” (22). Así fue “hasta que entrando en el santuario de Dios”
(17a). Otra versión: “Hasta que penetré en el secreto de Dios” (Nácar -Colunga).
Entonces su visión fue aclarada: “fue allí donde entendí cómo terminarían los
malvados” (17b TLA). Dios le mostró que los instrumentos de iniquidad serán
asolados de repente como objetos de horror (19), sus palacetes convertidos en deslizaderos y no estarán más rodeados de admiradores (18). Sus vigorosos cuerpos habrán
desaparecido y menospreciada “su apariencia” (20). Entonces habrán
descubierto que eran mortales (5).
La idea de Dios no es satisfacer el deseo de
venganza del creyente resentido. Lo que cabe destacar aquí como ejemplo y enseñanza para nosotros no es que el
salmista haya comprendido “el fin de ellos” sino que observando lo efímero como
punto de contraste pudo entrever lo eterno, la gloria reservada a los justos (los
que temen y sirven al Señor). A semejanza de Job, quien después de disputar
tanto tiempo sobre el infortunio de los justos, Dios mismo se le revela y su
sola presencia le satisfizo al punto de no inquirir más: “De oídas había oído
de ti, pero ahora mis ojos te ven”. Contrario a Salomón, que se dedicó a
investigar y explorar “todo cuanto hay bajo los cielos” para concluir, sin una
dorada claridad, que “todo es vanidad y un correr tras el viento”.
En el secreto de Dios Asaf comprendió que ciertamente la dicha del impío es
vanidad pero existe un nivel de grandeza reservado para los que a él acercan: “En
cuanto a mí, la cercanía de Dios constituye el bien” (28a RVA). Lo grandioso
para Asaf es percatarse que estuvo siempre a su lado incluso en los momentos cuando no tenía
la misma confianza y era como un bruto que no entendía: “yo siempre estaré a tu
lado, pues tú me has tomado de la diestra” (23 N-C). Como dice la letra del viejo canto
evangélico: “Cristo ha tomado mi vida, ha tomado mi vida y no la quiere soltar”.
Llegado a este punto el creyente puede ser feliz y cantar aún en medio del dolor. El mayor peligro para la vida de fe no está en que se desborde el mal sino en permitir que nuestro corazón se llene de amargura. Le invito a leer en su Biblia el salmo 73 y meditar en ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario