sábado, 4 de octubre de 2014

El morrocoy se puso las pilas

En sábado pensando en los más pequeños

¿Cuántas veces no había escuchado de niño los cuentos de Tío Conejo y su pandilla de amigos salvajes? Que si Tío Tigre, Tío Gavilán, Tío Mapurete, Tio Morrocoy y tantos otros. Pero conocer de cerca un familiar cercano de uno de esos personajes, y que fuese nada menos que un pariente de Tío Morrocoy... ¡era lo máximo!.
Algo parecido fue lo que viví en mi
adolescencia cuando una apreciada familia me regaló un pequeño morrocoy en un viaje que hice a Zaraza. ¡Imagínense lo que representaba para un muchacho de la ciudad, pasar unos días en pleno llano disfrutando de la amabilidad de la gente, haciendo contacto con plantas y animales y que de paso me hayan regalado un animal prehistórico!
En aquella época yo desconocía muchas cosas. Ignoraba por ejemplo que el morrocoy es un animalito sabanero que necesita vivir en el monte. Criarlo en la ciudad puede ser peligroso, se le enferman las patitas y hasta pueden dejar de caminar. Yo no sabía esas cosas, pero felizmente mi mamá tenía un pequeño jardín.
Aquel morrocoy no ladraba, no maullaba, no ronroneaba, no silbaba, no cantaba, ¡no hacía nada! pero yo disfrutaba un mundo al verlo caminar y visualizar con mis ojos lo que tantas veces había escuchado; aquel viejo refrán que tanto repetía la gente de antes: "pedirle permiso a una pata para mover la otra". ¡Eso era mi morrocoy! ¡La parsimonia en persona (o debo decir, en fauna)!
Si, mi mascota sin nombre propio era cien por ciento lentitud... hasta que un día en casa, por accidente, descubrimos algo inesperado. Ese día el morrocoy "se puso la pilas" y se movió muy rápido.
Todo ocurrió cuando mi madre se encontraba trabajando en su jardín y escarbando entre las matas descubrió sin querer unos gusanillos de tierra, de esos que dicen son buenos para el cultivo y como carnada de pesca. A mi madre se le ocurrió lanzarle un gusanillo al morrocoy que se encontraba cerca, por hacerle una broma, pensando que se asustaría. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando observó al morrocoy que se encimó sobre el pequeño gusano y en pocos segundos se lo había tragado!
Desde entonces adopté la costumbre de escarbar la tierra bucando gusanillos y era sorprendente ver al morrocoy que en sólo dos pasos los atrapaba y se los engullía. A la hora de degustar sus gusanillos el animalito se olvidaba que era lento. Se movía y comía con gran presteza.
Esta añoranza me permite reflexionar sobre la necesidad de ser audaces cuando se presentan las oportunidades. Sea que se trate del colegio, en el deporte, una competencia, una beca o simplemente aclarar una situación. A veces el premio no se lo lleva la persona que más sabe sino la que fue más audaz, que se atrevió a actuar en el momento oportuno.
La Biblia dice: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora" (Eclesiastés 3:1 RVA).

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