De nuevo en sábado pensando en los más pequeños.
Yo crecí en uno de esos barrios caraqueños que a mediados de los años sesenta no estaban tan poblados como ahora y donde la gente tenía sus jardincitos y sembradíos junto a las humildes viviendas. Incluso algunas familias criaban gallinas, pavos y cerdos. En casi todas las casas habían perros o gatos, aunque no recuerdo que se utilizara
la palabra mascota. Todavía quedaban muchos árboles de pie y matorrales que testimoniaban lo que antes había sido una loma verde y frondosa. Entonces el azul del cielo me parecía más brillante y el sol -ese precioso sol que Dios creó- era el amigo inseparable que a diario me acompañaba en mis aventuras de infancia.
También estaba la quebrada. Aquella hendidura que parecía dividir el cerro y al mismo tiempo enlazaba los habitantes de uno y otro sector de la popular barriada. Era el paso obligado de agua en temporada de lluvia paralelo a las rudimentarias escaleras. Para llegar a mi casa era preciso desviarse de las escalinatas que se extendían cerro arriba y caminar un cortísimo trayecto, una especie de vereda que solíamos llamar "el camino".
Jardincitos y sembradíos, cielo y sol, gentes y animales, quebrada y rudimentarias escaleras conforman el barrio. ¿Y qué mejor lugar para haber jugado chapita, trompo, metra o pelotica de goma? ¿Dónde habríamos jugado mejor al escondite, la ere, la ere paralizada, fusilado, gurrufío, stop o lo que nos viniera en gana? ¿Qué otro sitio hubiera sido tan chévere para jugar a "policías y ladrones"? ¿En cuál otro lugar de la tierra hubiésemos podido cabalgar kilómetros sobre nuestras cabalgaduras persiguiendo forajidos de un condado a otro haciendo de Bronco, LLanero Solitario o de sheriff? ¿Cuál otro escenario se habría prestado mejor para acompañar en sus aventuras a personajes tan disímiles como Tarzán, el Zorro, Godzila, Goldar, Rodak o los Agentes Fantasmas? Definitivamente el barrio era más que un vecindario. Era también la escalera al cielo que nos invitaba a soñar. Eso sin contar que en una de las casas donde terminaba la quebrada vivía aquella niña tan linda con su cola de caballo... pero bueno, no todo era perfecto, muy cerca también vivía "la vieja de la quebrada", algo así como "la bruja del 71" a la que tanto temían Kiko y la Chilindrina en la bonita vecindad.
Pasó el tiempo y el vecindario cambió. Aparecieron muchas casas, el verde fue desapareciendo y la quebrada se angostó. Quedaron pocos árboles, los niños de entonces crecimos y -¡qué extraño!- todos aquelos personajes disímiles: Tarzán, el Zorro, Llanero Solitario y los otros no se vieron más por el barrio. Con el bravío de la juventud buscaríamos otros horizontes. Y ahora que lo pienso, ¿qué pasó con el amigo inseparable de mi infancia?
Viene a la memoria lo dicho por un respetable anciano que sin haber vivido en un barrio caraqueño conocía bien de lo que estoy hablando: "Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño; pero cuando crecí, dejé atrás las cosas de niño" (1ra. Corintios 13.11 NTV).

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