Ante los embates de una corriente ecologista que responsabiliza a los países de tradición judeo-cristiana por el desastre ecológico sin precedentes que vive el planeta, por haber propiciado un desarrollo industrial que ha saturado y sobreexplotado los recursos, violentando el equilibrio ambiental y poniendo en riesgo incluso el futuro de la humanidad. Todo ello fundamentado -según dicha corriente ecologista- en una teología antropocéntrica, la
cual sostiene que la creación está al servicio del ser humano quien tendría todo el derecho de sojuzgarla y dominarla siguiendo el precepto bíblico.
En respuesta a las acusaciones en contra de la fe cristiana por el supuesto de haber favorecido la tendencia al consumismo que conlleva a la explotación irracional de los recursos de la naturaleza y la cultura del desecho con base en una visión dualista del mundo (el cosmos) que desacraliza la naturaleza, separa "lo espiritual" del mundo físico y considera la materia muy por debajo de lo divino.
Como un modesto aporte en defensa de nuestra fe, invito a proseguir nuestra reflexión sobre el salmo 104. Este salmo conjuntamente con los salmos 8, 29, 33, 65, 67, 147, 148, entre otros, exaltan a Dios como Creador. Un creador eternamente presente, no uno que creó todas las cosas y se alejó. Todo lo creado es para Él una "fuente de alegría" (v. 31b TLA). El ciclo vital de las especies que poblan el planeta lo dirige Él: "Escondes tu rostro, se turban; les quitas el aliento, expiran, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra" (v. 29-30 LBLA). En su providencia hace brotar fuentes de agua para mitigar la sed de sus criaturas (v. 11), "heno para las bestias" (v. 14a) y "las plantas para el servicio del hombre" (v. 14b LBLA). Así el ser humano "saca el pan de la tierra" y "el vino que alegra el corazón" (v. 15) de manera que hace cultura a partir de lo que Dios creó y se sirve de sus recursos. Todo de acuerdo con el designio divino pues Dios hizo todas sus obras "con sabiduría" (v. 24) y fundó la tierra "para que jamás sea removida" (v. 5).
Ciertamente Dios hizo al ser humano "conforme a su imagen y semejanza" lo que denota una relación con el Creador que lo diferencia de los animales. De allí que "los leoncillos rugen tras la presa, y para buscar de Dios su comida" (v. 21) y en general "todos ellos [seres innumerables, pequeños y grandes] esperan en tí, para que les des su comida a su tiempo" (v. 27) pero sólo el hombre es capaz de transformar la naturaleza y producir alimento, aunque es Dios quien al final de cuentas "les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien" (v. 28).
No se trata pues de una teología antropocéntrica. La Biblia revela más bien un teocentrismo absoluto: Dios es la fuente de la vida, es el rector de la historia y quien rige el universo (el cosmos). La orden de "llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio" (Génesis 1:28 LBLA) fue dada a Adán juntamente con la encomienda de cultivar y guardar el huerto (Génesis 2:15). Es una responsabilidad delegada o más bien una co-responsabilidad si vemos que Adán (el hombre) fue integrado por soberanía divina al proceso creador con la tarea de poner nombre a todos los animales (Génesis 2:19).
Desgraciadamente entró el pecado en el mundo y desde entonces el orden natural fue trastocado reflejando la alteración que tuvo lugar en la esfera espiritual. Que Dios en el huerto llame a Adán: "¿dónde estás tú?" (Génesis 3:9) parece indicar que el hombre a partir de su caída descuidó cultivar y guardar el huerto conforme al plan original. La tierra quedaría sujeta a maldición a causa del pecado humano y el hábitat natural del hombre no sería más dentro de la pureza del huerto primigenio.

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