sábado, 17 de mayo de 2014

¡Ese Coco daba miedo!

Otro sábado para escribir pensando en los más pequeños

Había un juego tan inocente que jugábamos de niño en la casa o en la escuela. El juego en cuestión empezaba con una pregunta que un jugador le hacía a otro dando lugar al siguiente diálogo:
-¿En tu casa mataron un cochino? -preguntaba el jugador inicial.
-No -respondía el segundo.
-¿Le tuviste miedo? -volvió a preguntar.
-No -respondía el segundo.
-¿Te escondiste debajo de la cama? -pregunta otra vez.
-Nooo -responde el segundo queriendo dar por terminada la preguntadera.
Para comprobar si es verdad que no tuvo miedo, someten al jugador a una prueba echándole aire directamente a la cara con las hojas de un cuaderno moviéndolo enérgicamente hacía arriba y hacía abajo como si fuera un abanico. Si el jugador pestañea con el aire, quiere decir que tuvo miedo. Entonces los demás jugadores harán una algarabía burlándose del miedoso, pero él se defenderá con honor: -Nooo, claro que no tuve miedo...

¿Has sentido miedo alguna vez?  Seguramente que sí. Todos en algún momento hemos tenido esa desagradable sensación que se produce cuando pensamos que una cosa muy mala está por acontecernos, como que algo se nos viene encima y no podemos evitarlo.

¡Qué cosa tan tremenda es el miedo! Como diría el abuelo: "el miedo nos acogota" -queriendo decir que nos domina y nos impide actuar. Yo sé lo que es eso. Me acuerdo de Coco, así se llamaba el temible perro de mis días de infancia que era alimentado con agua de coco -eso decían los muchachos del barrio. ¡Su sola presencia con aquel pelaje negro echado todo el tiempo sobre los escalones de entrada a la casa de nuestros vecinos causaba terror! Se me antojaba traicionero, peligroso, asesino. Me ponía límite cada vez que yo quería caminar alrededor de mi casa. Solamente verlo acortaba mi respiración. Mis piernas se paralizaban. Allí estaba él, con sus ojos relampagueantes que unas veces me parecían rojos y otras, amarillos; en contraste con su pelambre negro que me recordaba la oscuridad de la noche con sus fascinantes misterios. ¡Coco daba miedo!

Los días fueron pasando y poco a poco fui descubriendo que tantas cosas que se decían de Coco eran puros inventos. Seguía siendo el perro de pelambre negro pero no lo alimentaban con agua de coco y tampoco era traicionero, peligroso ni asesino. ¡Sólo era una mascota! ¿Que ladraba? si, pero todos los perros ladran. Eso si, era un celoso guardián, y si un extraño intentaba entrar sin ser invitado seguro que le mostraría los dientes. Un día nuestros vecinos que eran sus dueños invitaron a mi familia a su casa. Entonces conocí al verdadero dueño de Coco que tenía mi misma edad y desde ese día nos hicimos buenos amigos. Con él aprendí a no tener miedo a los perros ni prestarle atención a todos los cuentos que se escuchan en la calle.

Es mejor estar atentos a lo que Dios dice en su palabra: "Mas el que me oyere, habitará confiadamente y vivirá tranquilo, sin temor del mal" (Proverbios 1:33). Tomando en cuenta que "el temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado" (Proverbios 29:25).

No hay comentarios:

Publicar un comentario