sábado, 28 de junio de 2014

Te estoy observando... ¿No me piensas pagar?

De nuevo un sábado pensando en los más pequeños.

¡Qué cosa tan terrible son los málos hábitos! Sí, me estoy refiriendo a esas feas costumbres, vicios o malas mañas que tienen algunas personas que las impulsa a proceder de mala manera, haciendo cosas en perjuicio de otras personas aunque al final terminan perjudicándose a sí mismas.
Los malos hábitos son como la telaraña. Si observas una araña construyendo su red te darás cuenta que ella empieza de a poquito. Desde su abdomen segrega cierta sustancia en forma de hilo muy fino y poco a poco va tejiendo la tela de araña con la cual atrapa sus presas.
Exactamente igual ocurre con las personas. Si le preguntas a un drogadicto por ejemplo, cómo llegó a ser presa del vicio de las drogas posiblemente te dirá que empezó de a poquito, fumándose un cigarro o quizá llegó a una fiesta donde alguien le dio a probar un poco de marihuana.
Gracias a Dios, siempre tenemos oportunidad para rectificar si llegase a ocurrir que en algún momento de nuestras vidas nos estuviésemos apartando del buen camino.
Se cuenta la historia de un muchacho que de a poquito estaba agarrando la mala costumbre de apropiarse de lo que no era suyo. Y cada vez que su madrecita lo mandaba a hacer un mandado se hacía el loco con el dinero que quedaba de vuelto o si era posible tomaba alguna monedita de más. Llegó el momento en que ese dinerillo no era suficiente y se ingenió algo mejor: le montaba cacería a su papá y cada vez que el viejo se descuidaba le sacaba una que otra moneda del bolsillo del pantalón. ¡Incluso llegó a abrirle el monedero para extraer monedas de más valor!
Así las cosas, un día cuando iba de la escuela camino a casa, le provocó comerse un rico helado y con ese fin se acercó al heladero más cercano y sacó una moneda de su bolsillo, la cual puso sobre el carrito de los helados. Se trataba de una moneda cuyo valor era superior a lo que costaba el sabroso helado. Viendo el heladero el valor de la moneda, de inmediato le entregó su cambio y acto seguido le hizo entrega del rico helado. El muchacho ni corto ni perezoso guardó el cambio, recibió el rico helado y haciéndose el loco, tomó también la moneda que minutos antes había puesto sobre el carrito de helados en pago de su compra.
No bien acababa de dar la vuelta para irse apresurado del lugar, cuando le pareció oir a sus espaldas una voz grave en tono alto, como de ultratumba. En efecto, aquella voz salía de la garganta del heladero quien le decía: -Dejé a propósito la moneda allí para ver que hacías, si eras capaz de llevártela... 
Al escuchar aquellas palabras el muchacho giró sobre sus talones, con un movimiento felino puso la moneda nuevamente sobre el carrito de helado y emprendió una veloz carrera mientras el corazón parecía que le iba a estallar, pues pensaba que el heladero corría tras él y seguramente lo entregaría a la policía. Corrió, corrió y corrió hasta llegar a casa... nunca saboreó el rico helado. En su mano tenía la paleta del helado derretido y nunca jamás se le ocurriría tomar de ningún mostrador lo que no le pertenecía.
Conviene tener siempre en cuenta aquel adagio: Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino.
Dice la Biblia: "enderezad para vuestros pies los caminos torcidos, para que el cojo no sea desviado, sino más bien sanado" (Hebreos 12:12).

No hay comentarios:

Publicar un comentario