
La Peña: era el nombre con que solíamos identificar aquel peñasco ubicado en el cerro enfrente de mi casa. Era una mole de piedra imponente. Coronada de vegetación como si quisiera esconderse bajo la maleza pero sobresaliendo abrupta por uno de sus ángulos, parecía amenazarnos con venirse encima de nosotros y aplastarnos. De noche era todavía más impresionante. Por no haber viviendas cercanas, La Peña lucía misteriosa como la cara oculta de la luna. Cual enorme mancha siniestra sobre el cerro envuelto en la oscuridad de la noche.