sábado, 26 de julio de 2014

La Peña

De nuevo en sábado pensando en los más pequeños.
 
La Peña: era el nombre con que solíamos identificar aquel peñasco ubicado en el cerro enfrente de mi casa. Era una mole de piedra imponente. Coronada de vegetación como si quisiera esconderse bajo la maleza pero sobresaliendo abrupta por uno de sus ángulos, parecía amenazarnos con venirse encima  de nosotros y aplastarnos. De noche era todavía más impresionante. Por no haber viviendas cercanas, La Peña lucía misteriosa como la cara oculta de la luna. Cual enorme mancha siniestra sobre el cerro envuelto en la oscuridad de la noche.
Se decían muchas cosas de la Peña. Que si unos excursionistas detectaron la presencia de animales salvajes. Que si alguien pasó de noche y pudo ver como ojos de tigre entre los matorrales. Todos esos cuentos resultaban fascinantes para un muchacho que disfrutaba tanto las aventuras de Tarzán y Jim de la Selva. Pero lo más emocionante fue cuando llegó un muchacho del vecindario y no lo van a creer, pero traía consigo... ¡una culebra! Si, una culebra que -según dijo- había sido atrapada en la Peña. Ver de cerca animal tan peligroso y acariciar su fría piel con mis dedos me parecía grandioso. No sabía que lo mejor vendría después.

Un día cualquiera, una de mis hermanas mayores decidió que iríamos de excursión. ¿Y adónde creen que fuimos? Fácil de suponer, a la mismísima Peña. Qué emocionante resultó adentramos en el corazón mismo de la misteriosa mole. Resulta que había llovido y el piso estaba mojado. En una de esas pisé sobre pantano y ¡tamaño susto que pasé! Menos mal que una de mis hermanas me tomó del brazo, pues sentí que mi pie se hundía. Entonces pensé que había caído en un lago de "arenas movedizas", como esos que tantas veces había visto en televisión. Pero todo resultó normal. Tuvimos una especie de picnic con sanguchitos, chucherías y esas cosas que encantan a los muchachos. Después de eso la Peña dejó de ser misteriosa.

Suele ocurrir que nos dejamos impresionar por las cosas que se salen de lo común y especialmente por lo desconocido. Le ocurrió al profeta Moisés. Dice la Biblia que Dios se le apareció en medio de un arbusto que ardía en fuego y no se consumía. Asombrado el profeta se acercó para ver por qué dicho arbusto no era consumido por el fuego y entonces escuchó la voz de Dios que le hablaba. Se trataba de una revelación o como dicen los estudiosos de la historia sagrada, una teofanía. De aquí en adelante dejaría de ser un dios misterioso y desconocido para darse a conocer como el salvador de Israel y siglos más tarde, sobre la paja movediza de un pesebre se revelaría como Emanuel, Dios con nosotros, Jesús el Salvador de todas las personas que depositan su confianza en Él.

2 comentarios:

  1. Bendición tío, soy Joe Gabriel. Excelente artículo, estuvo muy buena la historia. Me alegro de su proyecto, siga así ;-)

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  2. Tambien comencé un proyecto, puede visitar si desea mi sitio web www.saludrenovada.website

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