sábado, 12 de julio de 2014

¡Más que un cuento de hadas!

De nuevo en sábado pensando en los más pequeños.

Entre los dulces recuerdos de mi infancia están aquellos momentos en que nos reuníamos mi hermanita menor y la que me antecede para escuchar cuentos e historias que otra de mis hermanas -la de dotes histriónicos, que nos antecede a los tres- nos relataba. Cuentos de personajes fabulosos e historias de gente piadosa que cobraban vida en la voz y los ademanes de mi hermana.

Escuchar aquellos cuentos de personajes fabulosos resultaba fascinante: Niños que pasean por el bosque, una niña que recoge flores en su canasta, la joven doncella y su gran aventura en compañía de siete pequeños e ilustres personajes, el joven hidalgo sobre su brioso corcel... las flores y el lobo hablan, el sol y la mata de higos también. Hasta había una casita de galleta y chocolate. Pero en casi todos los cuentos había un personaje malvado que siempre se hacía acompañar por un gato negro de ojos amarillos y hacía su aparición bien entrada la noche, a la hora cuando aullan los perros. Por fortuna la gente buena siempre salía bien librada, el mal triunfaba sobre el bien y se hacía justicia. Los malos recibían su merecido.

Con el paso del tiempo por supuesto crecí, me tocó ir a la escuela y aprendí a diferenciar lo real de lo imaginario. A través de la televisión conocí otros héroes y personajes famosos. Muchos de ellos de ficción. Algunos me parecieron cercanos, bastante parecidos a la realidad.

También me tocó vivir mis propias historias. Historias reales, verdaderas. Algunas historias son muy tristes. Como cuando muere la abuelita, a quien Dios se la lleva y le evita seguir sufriendo penosa enfermedad.

Pero de todas las historias que he oído desde que era niño, la que más me ha sorprendido, me cautiva y me sigue maravillando es una historia de la vida real... la historia de la Navidad. Un historiador, el doctor Lucas, la resume así:  

En esos días, Augusto, el emperador de Roma, decretó que se hiciera un censo en todo el Imperio romano... Todos regresaron a los pueblos de sus antepasados a fin de inscribirse para el censo. Como José era descendiente del rey David, tuvo que ir a Belén de Judea, el antiguo hogar de David. Viajó hacia allí desde la aldea de Nazaret de Galilea. Llevó consigo a María, su prometida, cuyo embarazo ya estaba avanzado. Mientras estaban allí, llegó el momento para que naciera el bebé. María dio a luz a su primer hijo, un varón. Lo envolvió en tiras de tela y lo acostó en un pesebre, porque no había alojamiento disponible para ellos. (Evangelio de Lucas, capítulo 2, versículos 1 al 7).

Obviamente se trata del nacimiento de Jesús de Nazareth. Cierto personaje que lo conoció muy de cerca porque llegó a ser uno de sus discípulos, supo de primera mano algo que le da sentido a la historia: Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. (Juan 3:16 NTV).

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