jueves, 17 de marzo de 2016

YA NO SOY EL MISMO

Amo a Dios con toda mi fuerza y sirvo al Señor con fervor, pero debo admitir que ya no soy el mismo. Hoy me vi en aprieto y terminé extenuado. No ha
sido esta la primera vez que me tocó enfrentar un gigante en lucha desigual, pero si la primera en que fui ampliamente superado y de no haber sido por la intervención oportuna del valiente Abisai quien vino en mi ayuda, habría caído sobre mí el sueño de la muerte.
Desde muy joven aprendí que Jehová es la fortaleza de su pueblo. Crecí escuchando de las increíbles hazañas que llevaron a cabo nuestros antepasados. Los milagros de Moisés en el palacio de Faraón y cómo condujo a cientos de miles a través del desierto. La saga de Josué y la conquista de Canaán. Escuché acerca de los jueces, de cómo pusieron en fuga ejércitos extranjeros. De Gedeón, "destructor" que con sólo 300 hombres derrotó a los madianitas. De Sansón, que con el hueso de la quijada de un asno enfrentó y mató a mil filisteos... fueron tantas las historias de gente valerosa que aprendí a desconocer el miedo. Y si venía un león o un oso queriendo devorar las ovejas de mi padre, allí estaba yo para enfrentarlos. 
Hasta que llegó el día cuando hice frente a mi primer gigante. Nunca sentí miedo. Pero si un furor que no cabía en mis entrañas. ¿Cómo se atrevía aquel incircunciso desafiar a los escuadrones del Dios viviente? Lo recuerdo y siento todavía el mismo furor, ¡una gran indignación! Para mí aquel gigantón no era más que otra fiera.
Pienso en ello y me sobrecoge un sentimiento de admiración que hasta me causa gracia. Aquello fue un verdadero acto de atrevimiento. ¡Cuánto arrojo! Cuánta temeridad! El impulso propio de la juventud acompañado del más puro idealismo cargado de una fe genuina. ¡Qué mejor artificio! Durante meses y años no sé habló de otra cosa en Israel y para la posteridad quedaría aquella hazaña de un muchacho salido del anonimato.
Desde entonces no han sido pocas las batallas. El Señor sigue siendo mi pastor pero el almendro ha floreado sobre mi cabeza y mi cuerpo está cansado. De muchacho me bastó una piedra, una honda y la pericia para acertar en el blanco. Para pelear como soldado se requiere de vigor y algo más que coraje... tienen razón mis hombres al pedirme que no salga más con ellos a la batalla "no sea que se apague la lámpara de Israel".
No en vano dice el proverbio que lealtad y verdad guardan al rey y la gloria de los jóvenes es su fuerza. ¡Quién lo diría! cinco piedras lisas puse en mi saco pastoril el día que enfrenté a Goliat. Con una derribé al gigante ¿y las otras cuatro...?
Cuatro gigantes se me interponen ahora que soy viejo y cuatro piedras lisas tomadas de un arroyo no bastan. Pero hoy cayó el primero, que vino con su espada nueva a quitarme la vida, mas Abisai supo dar cuenta de él.  Quedan por pelear otras tres batallas y los valientes del rey cual saetas bruñidas acabarán con lo que queda del clan de los gigantes. Como Moisés que levantaba sus manos al cielo y los hebreos prevalecían contra los amalecitas; tarde y mañana y a medio día oraré, y clamaré al Dios de mi vida y prevaleceremos sobre nuestros enemigos. Entonces se dirá: -cayeron a manos de David y de sus oficiales. Aún en la vejez y las canas no me desampares, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a esta generación.

Lo que has leído está basado en un hecho de la vida del rey David que se encuentra en el segundo libro de Samuel capítulo 21.

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